El pasado 11 de enero Aaron Swartz decidió quitarse la vida. A sus 26 años era ya un referente en la lucha por el derecho a la información libre y gratuita, contra los intentos por privatizar el acceso a la misma, principalmente en todo aquello que atañe al conocimiento académico y científico.
Muchas veces recibo alertas que tengo configuradas en los buscadores de internet de artículos sobre gvSIG que se publican en la red. Muchas de las veces se trata de artículos publicados en determinadas revistas científicas que cobran cantidades desorbitadas por poder acceder a su lectura. Artículos sobre tecnología libre, sobre conocimiento compartido, que requieren de una cantidad que pocos pueden pagar para simplemente permitir su lectura. Artículos que, por supuesto, no se pueden redistribuir y supongo que ni dejar leer al compañero que tengamos al lado.
En la web dedicada a su recuerdo, la familia de Aaron Swartz declara que usó su talento, su conocimiento, no para lucrarse, sino para hacer del mundo un lugar más justo y mejor. Desde su muerte miles de artículos académicos y científicos se están liberando en formato PDF. Una reacción de parte de la comunidad científica que espero que se mantenga y amplifique en el tiempo. Me gustaría que no tuviera que encontrarme con artículos de gvSIG o geomática libre que no puedo leer, que el conocimiento que se genera usando software libre siguiera siendo libre; que no se privatizara la información científica; que el acceso al conocimiento no dependa de nuestro nivel económico, de quién somos ni dónde vivimos.
El 19 de julio de 2011, como consecuencia de las descargas de documentos académicos, reseñas y publicaciones protegidas por copyright realizadas en el mes septiembre del 2010, Swartz fue acusado de haber utilizado un script para descargar 4,8 millones de artículos y documentos, y de acuerdo a la denuncia, para compartirlos en otros sitios de descargas, aunque no existe evidencia de esto. En el momento de su muerte, Swartz, si era condenado, se enfrentaba a un máximo de 4 millones de dólares en multas y a más de 50 años de prisión.
Las ideas de Aaron Swartz están recogidas en “El manifiesto por la Guerrilla del Open Access”, que difundimos en las siguientes líneas :
La información es poder. Pero, como todo poder, están aquellos que quieren mantenerlo para ellos solos. El patrimonio científico y cultural del mundo, publicado a lo largo de los siglos en libros y revistas, está cada vez más digitalizado y encerrado por un puñado de corporaciones privadas. ¿Quieres leer los documentos que presentan los resultados más importantes del mundo científico? Necesitarás enviar enormes cantidades de dinero para editoriales como Reed Elsevier.
Están aquellos que luchan para cambiar esta situación. El Movimiento Open Acces ha luchado con valentía para garantizar que los científicos no pierdan sus derechos de autor, sino que, en vez de eso, que su trabajo sea publicado en internet bajo términos que permiten el libre acceso a cualquiera. Pero, incluso en los mejores escenarios, no habrá efecto retroactivo y solamente se aplicaría a los documentos publicados en el futuro. Todo lo publicado hasta ahora continuaría sin ser accesible.
Supone un precio muy alto. ¿Obligar a los investigadores a pagar para leer el trabajo de sus colegas? ¿Digitalizar bibliotecas enteras pero permitiendo solo al personal de Google que pueda leerlas? ¿Ofrecer artículos científicos para los que están en universidades de élite del Primer Mundo, pero no para los niños del Tercer Mundo? Algo así es escandaloso e inaceptable.
Hay algo que podemos hacer, algo que ya se está haciendo: contraatacar.
Aquellos con acceso a esos recursos –estudiantes, bibliotecarios, científicos– a todos vosotros os fue otorgado un privilegio. Mientras el resto del mundo está bloqueado, vosotros os dais un banquete de sabiduría y conocimiento. Pero vosotros no necesitáis –en verdad, moralmente, no debéis– mantener este privilegio exclusivamente para vosotros. Tenéis el deber de compartir eso con el mundo. Y vosotros tenéis las contraseñas, tenéis que intercambiar las contraseñas, y llevar a cabo los pedidos de descarga de vuestros amigos y colegas.
Mientras tanto, aquellos que fueron bloqueados no están de brazos cruzados. Apareces a través de agujeros de seguridad y te saltas las vallas, liberando así la información encerrada por las editoriales y compartiéndola con tus amigos.
Pero toda esta actividad transcurre en la oscuridad, en un escondido subsuelo. Se le llama robo o piratería, como si compartir una riqueza de conocimientos fuese el equivalente moral a abordar un navío y asesinar a su tripulación. Pero compartir no es inmoral es un imperativo moral. Solamente aquellos ciegos por la codicia negarán a un amigo hacer una copia.
Las grandes corporaciones, evidentemente, están ciegas por la codicia. Las leyes bajo las que ellas operan exigen exactamente eso, sus accionistas se rebelarían por ganar menos. Y los políticos sobornados aprueban leyes dándoles el poder exclusivo para decidir quién puede hacer copias.
No hay nada justo al seguir leyes injustas. Es hora de salir a la luz y, en la gran tradición de la desobediencia civil, declarar nuestra oposición a este robo privado de la cultura pública.
Tenemos que tomar la información, esté donde esté almacenada, hacer nuestras copias y compartirla con el mundo. Tenemos que tomar material que está protegido por derechos de autor y añadirlo al archivo para que pueda ser descargado
Tenemos que comprar bancos de datos secretos y colocarlos en la Web. Tenemos que descargar revistas científicas y subirlas a las redes de intercambio de archivos. Tenemos que luchar por la Guerrilla del Open Access.
Si somos los suficientes, alrededor del mundo, no solo vamos a mandar un fuerte mensaje de oposición a la privatización del conocimiento, vamos a convertirlo en algo del pasado. ¿Quieres unirte a nosotros?
Aaron Swartz
Julio 2008, Eremo, Italia.
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